Cuando yo lo conocí ya tenía esa costumbre: te dejaba en medio de cualquier reunión, hacía como que se iba al baño o a comprar cigarrillos o a buscar a su hermana, y no volvías a verlo hasta el día siguiente.Sufría de una especie de agorafobia. Es decir, no aguantaba mucho a la gente.Incluso había veces en que se iba del bar, por ejemplo, y después cuando cruzabas delante de su casa a la 1 de la madrugada, lo veías trabajando en la empresa fúnebre de su familia, con la luz encendida y acomodando papeles. Estaba claro que en esas ocasiones prefería los muertos antes que a los vivos.Entonces le golpeabas toc-toc-toc el cristal del negocio, con los nudillos y de forma suave para no asustarlo, y venía a abrirte: “Siii, claro. Siiiii. Me voy a quedar pelotudiando con ustedes, yo. Siiiiii. ¿Sabés qué te digo? Seguí participando. Seguí participando”, decía, y nos cagábamos de la risa.Ricardo Herman Ceccón, consta en actas, es el ser humano más maravilloso que conocí en mi vida, con más dignidad que el Rey Arturo, más lealtad que Bernardo -el sordomudo ayudante de El Zorro- y un sentido de la amistad pulido con diamante fino como sólo unas 100 ó 150 personas en todo el mundo pueden llegar a conocer.Durante muchos años creí que en caso de existir una bandera de la amistad él debería ser el portador, el abanderado. Aunque ahora me doy cuenta que el Pato, Ricardito Herman, enarbolaba la amistad como bandera y se aferraba a ella con ambas manos, brazos, cuerpo y alma, porque eso lo mantenía vivo, al pie del cañón y con la vista al frente.Si su bandera era la amistad, su escudo entonces eran los Beatles.Sabía de memoria, en castellano y en inglés, los horarios en que John y Yoko habían hecho el amor en su vida; las fechas en que se habían realizado los lanzamientos de todos los discos del famoso cuarteto; el nombre y el apellido de los músicos que alguna vez integraron el grupo o que colaboraron en sus trabajos; y las temperaturas registradas –con o sin lluvia- en cada uno de sus recitales en vivo a lo largo de su carrera.Nadie sabía tanto de los Beatles como él y nadie era capaz de tararear o de citar un trozo de cualquiera de las letras de sus canciones como lo hacía el Pato: como si fuese un homenaje. Tenía con los Beatles -musicalmente hablando- las virtudes que Antonio Salieri no pudo encontrar para con la música de Mozart, y por ello podía atrapar su sinfonía en el aire, descubrir el alma de su sonido, escuchar el espíritu de sus letras, encontrar un fallo, una cuerda desafinada o incluso una pifia en los golpes de batería.Podíamos pasarnos dos horas escuchando mil veces el mismo tema del álbum ‘Tapas blancas’, su favorito, y de repente desaparecía como por arte de magia. Sin avisarte, ni saludarte. O simplemente te decía: “Che, Marcelo, ahora vengo. Vos esperame acá, eh. Yo enseguida vengo”, o decía “Si, si. Vos seguí así. Seguí participando”; o el más clásico de todos: “Agarrate aquella silla y sentate, así me esperás. Pero esperame sentado, ¡eh!”.Hace un año, cansado de pelear contra la diabetes, una silla de ruedas que le ayudaba a desplazarse y una vida que ya no le permitía ser él mismo; se puso una camiseta de Los Beatles que le habían regalado, sus anteojos redondos, la etiqueta de cigarrillos en el bolsillo, todas las jugadas de cartas que cabían en su memoria y sus mejores apuestas en el casino, y se mandó a mudar. Sin saludar ni despedirse, como a él le gustaba. “Siii, claro. Sii. Me voy a quedar pelotudiando con ustedes, yo. Siiiiii”.Todavía mantengo la ilusión de cruzar delante de su casa a la 1 de la madrugada y verlo trabajando en la empresa, con la luz encendida y acomodando papeles.
Marcelo Bailone
Ladrón de Aspirinetas(Sobrino del Pato)
3 comentarios:
Hola lokura, que bueno el articulo este del Pato, un grande... "Segui Participando" un abrazo Ismael...
fue un grande, orgulloso de haberlo conocido y haber compartido una charla con el,
salu2 juanyusea!
orgulloso de haber compartido un trago y una conversacion con el, se fue un grande de arroyito.
salu2 juanyusea.
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